domingo, 10 de octubre de 2010

Incertidumbres

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Imagen tomada de la web

¿Qué atmósfera se siente en el lugar y en el momento exacto cuando una persona acaba de morir? ¿Qué siente la persona cuando deja de existir? ¿Qué siente el asesino que acaba con una vida? ¿Sentirá el temor de ser perseguido por el fantasma? Todas las interrogantes asaltaron mi mente aquella noche después de recibir la trágica noticia de la muerte de Ferruccio, mí querido amigo Ferruccio. Aún recuerdo la última tarde que nos vimos, nos encontramos casualmente en el boulevard enfrente de la plaza Bolívar. Me invitó a tomar un café en el cafetín que estaba en la esquina, aquél donde se respira cierto aire francés. Nos sentamos en una de las mesas de afuera, para respirar aire fresco. Una sombrilla amarilla cubría nuestras cabezas del sol.Ferruccio inició el diálogo con la clásica pregunta que surge entre dos conocidos que tienen tiempo sin verse: “¿Qué es de tu vida?”, me dio vergüenza –y no consideré pertinente- hacerle un recuento de todos mis fracasos y como no tenía nada para estar orgulloso, tuve la obligación de mentir. Luego me vi obligado a regresarle la misma pregunta. Yo había leído noticias suyas en el periódico y eso me hacía sentir bastante humillado. Él, con su sonrisa fanfarrona, me habló del gran éxito de su empresa. Fingí alegría y le hice varias preguntas para acariciarle el ego. Luego recordamos los viejos tiempos cuando éramos estudiantes. Finalmente nos despedimos con un abrazo sincero, aunque de sus labios haya salido alguna frase presumida para reafirmar su superioridad ante mí.
Fue entonces cuando decidí dar respuesta a mis preguntas. Abrí la gaveta del escritorio, desempolvé el arma, la preparé, levanté mi brazo derecho apuntando con el revólver a mi sien y apreté el gatillo.


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