martes, 21 de julio de 2009

Yo era su Dios


Un día me encontré con la lamentable noticia. Llegué a mi cuarto, la miré, y en efecto ya estaba muerta. Una enorme tristeza me invadió; con su muerte había puesto fín a una rutina. Estaba totalmente atada a ella, a su presencia en mi cuarto, a sentir su mirada temerosa cada vez que me le acercaba para ver que hacía. Ahora ya no está. Enterré su pequeño cadáver en una de las macetas de la ventana y lavé cuidadosamente la pecera y sus accesorios. Ya no tendré que cambiarle el agua cada 3 semanas, ni tendré que echarle su comida cada noche antes de acostarme. Nadie me vigilará mientras escribo. Penélope ha muerto. Mañana temprano iré a la tienda de animales a comprarme otro pececito. No soporto sentir que nadie depende de mí.

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